XXV Congreso Nacional de Médicos Escritores

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Cuatro días ligado a las artes vivieron los más de 80 asistentes al XXV Congreso Nacional de Médicos Escritores realizado en Pucón entre los días 29 de agosto y 1 de septiembre recién pasados.

La actividad fue organizada por el “Grupo Sueños”, agrupación nacida en Rancagua y que hoy tiene entre sus filas a escritores de todo el territorio nacional y latinoamericano. El encuentro contó con el importante apoyo de Colmed Nacional, O’Higgins y Temuco.

Durante el congreso, se leyeron los poemas, cuentos y microcuentos de los médicos participantes y se dio espacio a los comentarios de los asistentes al término de cada lectura, además de presentarse el simposio traído desde Colombia sobre Gabriel García Márquez y su realismo mágico, lanzamiento de libros de colegas asistentes y la excelente presentación del Dr. Marco Antonio de la Parra sobre el teatro en su vida.

También asistieron poetas locales con lectura de sus trabajos y artistas regionales como el pianista Danilo Pérez-Barría y el cantante Fernando Salazar (DiSalazari). No faltó la compañía y camaradería en paseos y visitas locales, “caminando en poesía y sueños” como al perdernos en la ida a las Termas de Menetué con todo y bus…

Además se entregó el libro del congreso, con todas las obras presentadas, a los participantes, el primer día del encuentro y se hará entrega de varias cajas con estos libros a Colmed Nacional para compartirla con los interesados. Está actividad continuará en abril del próximo año con el XXVI Congreso Nacional y esperando que sea latinoamericano.

A continuación, los nombres de los galardonados y de los primeros lugares de poesía, microcuento y Cuento.

En poesía, los premiados fueron:

1ºLugar: Víctor Molina Fuente-Alba con el poema “me hubiera ido contigo”

2ºLugar: Ilia Ravello con el poema “Cuento no tan infantil”

3ºLugar: María Paz Quezada, con el poema “Grieta”

En tanto en microcuentos, los ganadores fueron:

1ºLugar: Eddy Salvador Moreno, con el microcuento “Migrante”

2ºLugar: Katia Velázquez, con el microcuento “Un mendigo más”

3ºLugar: Karina Jiménez Salazar, con el microcuento “Transmutación”

 En cuentos, los ganadores fueron:

1ºLugar: Guillermo Witto Arentsen, con el cuento “Un Círculo Cerrado”

2ºLugar: Laura Caballero, con el cuento “Casitas Pareadas”

3ºLugar: Enrique Escobar Fernandoy, con el cuento “La princesa y el olvido”

A continuación, los escritos galardonados:

ME HUBIERA IDO CONTIGO

Autor: Víctor Molina Fuente-Alba

Me hubiera ido también

entre tus manos

acogido en la advertencia.

En tu hombro. Tú anciana,

yo niño.

Hoy hubiera querido

que me castigaras,

por el interés fluido

de seguir amaneciendo

sin dios, sin ley.

Que me doblaras la mano,

que esta obsecuencia

con la noche

no vale nada.

Me hubiera arrepentido

entre tus manos

de las mías,

entre tus besos

de los otros.

Me hubiera ido contigo

Disfrazado de acopio de rosas,

aparecido de tu risa,

desechado y ubicuo

como aldaba de baúl,

como una copa antigua.

Hasta divisar la piedad.

Un poco del verde

en la orilla de tus ojos.

MIGRANTE

Autor: Eddy Salvador Moreno

Y era tal mi nostalgia por lo no vivido, que volví a la ciudad en la que no nací, al patio de juegos en el que no jugué y a la misma casa en la que nunca estuve.

Allí, encontré mis cosas, que ni el polvo del tiempo había tocado, en el mismo sitio en el que no las dejé…

Deambulé por las ramblas del que fue mi barrio sin que sus calles me reconocieran, ni yo a ellas.

En un par de sus esquinas intenté algunos recuerdos, pero aquellos recodos y yo, no coincidimos.

A los que no encontré, por más que busqué, fue a mis amigos, aunque algunas personas me saludaron con sus nombres.

Hoy, me pregunto con tristeza, ¿qué habrá sido de ellos y, probablemente, ellos se pregunten qué habrá sido de mí?

UN CÍRCULO CERRADO

Autor: Guillermo Witto Arentsen

De pie frente a la ventana, trata de averiguar desde donde proviene la algarabía que se escucha a lo lejos. Gritos, cánticos cuya melodía conoce, pero aún no percibe la letra, también tambores y trompetas. Mira hacia el oriente y no ve nada. Mira hacia el poniente de la avenida y solo alcanza a divisar el reflejo, en la muralla del edificio de enfrente, de las balizas de algún carro policial o de bomberos. La oficina está en un primer piso y desde allí no es posible tener una visión panorámica.

Le molesta la insistencia del citófono y termina por contestar con un tonto cortante.

–¿Qué pasa?

–Hoy ha venido, otra vez, la Sra. Maulén, doctor. Es la quinta vez en este mes.

–¿Y?

–¿Qué hago?, ¿le cobro un bono de consulta otra vez?

El facultativo no ocultó su molestia. Siempre que acudía a su despacho, la anciana no tenía un claro motivo de consulta. Siempre eran molestias y síntomas anodinos, poco estructurados. Que un mareo pasajero, que un insomnio inhabitual, que una flatulencia repentina. Eso a él, adiestrado en la escuela de la evidencia y la eficiencia, le provocaba una sensación de impertinencia, de malgastar su bendito tiempo dedicado a solucionar problemas de salud reales y no imaginarios. Detestaba la psiquiatría y todo aquello que se le pareciera y una vieja hipocondríaca terminaba por arruinarle el día. Los diez años de ejercicio como médico general de familia lo tenían agotado. Quería especializarse en algo quirúrgico, algo donde fuera el bisturí el que hablara por él y no sus consejos o recetas.

–¿No hay otros pacientes antes que ella? –Preguntó, buscando un pretexto para postergarla.

–No doctor, con lo de la marcha anunciada para hoy, se han cancelado muchas citas de la agenda.

–¡Hágala pasar entonces y no le cobre esta vez!

La anciana golpeó la puerta antes de entrar, pero no esperó respuesta antes de abrirla y cruzar el dintel. Como siempre vestía de negro, no llevaba ningún maquillaje y tenía su pelo largo y canoso, tomado en una larga cola que caía por su espalda. Solo un crucifijo y la argolla de matrimonio eran las joyas que complementaban su atuendo. Cuando encontraron la mirada a ella se le dibujo una tenue sonrisa y sus ojos azules adquirieron un brillo adolescente inesperado.

–¡Hola margarita! ¿Qué le trae por mi consulta esta vez?

–Siento algo raro en mi mano izquierda, doctor. La tengo entumecida y me cuesta mover los dedos. Me da miedo que pudiera ser un coágulo en el cerebro. Mi vecina comenzó con eso mismo y ahora está en silla de ruedas.

Luego de pedirle que se arremangara ambos brazos por sobre el codo, el médico comenzó a realizar pruebas de fuerza y sensibilidad de cada uno de los dedos y de ambas manos en forma comparativa. Ella parecía disfrutar el examen, como si fueran las caricias de un amante y entornaba los ojos cada vez que el doctor posaba sus manos sobre las de ella. Se percató de aquello y, con disimulo, mientras escribía la orden de un examen electrofisiológico para descartar un síndrome de túnel carpiano, le dijo:

–Margarita, cuénteme la verdad, ¿por qué viene tan seguido a mi consulta?

Ella bajo la vista y se sonrojó un poco.

–Usted me recuerda a mi marido, doctor. Es igual a él cuándo lo perdí hace cuarenta años.

De una pequeña cartera extrajo una billetera. La abrió y con delicadeza, sacó una fotografía en blanco y negro de un hombre de unos treinta y tantos que sonreía. Se la mostró al médico y este se sobresaltó. Era él mismo con el pelo corto, con bigote y peinado a la gomina.

–No puedo negar el parecido, Margarita. Quizás somos parientes lejanos y no lo sabemos.

–Yo aún lo espero doctor. Todos los días ordeno su ropa en el armario y coloco un puesto de más en la mesa. Me queda la esperanza que algún día volverá. Por eso, venir a verlo a usted, es como un alivio para mi alma.

–¿Usted vive sola, Margarita?

–No. Vivo con la única hija que tuve con él. Pero ella no está nunca. Viaja todos los días a la capital. Trabaja en el Departamento de Sociología de una universidad pública, pero gana tan poco sueldo, que le impide independizarse. Vuelve todas las noches a cenar conmigo y a dormir en su habitación y, como tiene que levantarse muy temprano, no nos da tiempo para conversar. Fíjese que, en términos generales, hablo más con usted que con ella.

La marcha ya comenzaba a pasar frente a la ventana y se sintieron los primeros disparos de bombas lacrimógenas. Rápidamente debieron evacuar el edificio. El ambiente se había hecho irrespirable. Le dio orden a la secretaria de cerrar la oficina y permiso para retirarse a su domicilio. Los tres salieron a la calle.

De pronto le entró una nostalgia avasalladora. Se recordó de sus tiempos mozos como estudiante de la facultad y la lucha callejera contra la Dictadura. Las veces que lo detuvieron y vejaron las fuerzas de orden y víctima de un impulso incontrolable, se sumó a la marcha y comenzó a corear las consignas que gritaba la gente. Sintió una rara sensación de compañía y complicidad que no la vivía hace años

Al llegar a la esquina vio a Margarita protegiéndose, tras un quiosco de revistas, de los chorros de agua sucia del carro lanza aguas. Él la saludó con la mano en alto, porque no habían alcanzado a despedirse entre tanta trifulca. Ella le devolvió el saludo levantando el puño izquierdo.

**************

Me había costado mucho comunicarme con mamá. Ella acostumbra a tener su teléfono móvil cerca, pero, esta vez, no contestó a cuatro llamadas mías. Ya había comenzado a preocuparme, cuando me llamó de vuelta.

–Hija –me dice–, es que se me había descargado la batería.

Le cuento que llegaré más tarde, que me han pedido del Servicio médico legal que fuera a recibir una nueva información, la que solo podía ser entregada de manera personal. Le confirmo que lo más probable, es que se trate de algo relacionado con Papá. No me dijo nada y su silencio lo interpreté como una mezcla de resignación y ofuscación. Habían sido tantas las veces que los análisis de ADN retirados de los pequeños fragmentos de hueso encontrados en fosas clandestinas habían dado falsos positivos que, esta vez, pareciera tratarse de lo mismo. Las mismas veces que ella, con toda esperanza, había ido con un ramito de claveles rojos a confirmar que los restos eran los de Julio Retamal y había vuelto decepcionada que, a esta altura, cuando ya había cumplido los 80 años, juró no pasar más por ese doloroso proceso.

A papá se lo llevaron cuando yo tenía dos años recién cumplidos. Se lo llevaron junto a cuatro compañeros del Sindicato de Obreros metalúrgicos de Valparaíso. Fue en una noche fría de Julio. Una que no recuerdo, pero que me angustia como si la hubiera vivido.

Han pasado tantos años que somos solo mamá y yo quienes lo buscamos. Mis abuelos ya se han ido y su único hermano soltero falleció el año pasado. En casa son pocas las fotos que hay de él. En una aparecen ellos, recién casados. En otra me tiene a mí, en brazos. El lleva un gorrito de cumpleaños y yo tengo un globo en la mano. Mi mamá dice que fue tomada en mi primer cumpleaños. Otra foto la guarda mi mamá en su cartera. No se desprende nunca de ella. Todas las mañanas la saca y la besa y la vuelve a guardar en la cartera.

Mientras veo aproximarse la Avenida Argentina, cuando el bus comienza a bajar la velocidad de su marcha, siento una angustia incontrolable. ¿Como le diré a mamá que esta vez sí fue positivo, que el ADN mitocondrial de papá hizo match con el de mi abuela, que ya no habrá que buscar más?

El taxi colectivo me deja justo frente a la puerta de nuestra casa en el cerro Panteón. Saco las llaves de mi cartera y abro con dificultad la cerradura. La mano me tiembla. Tengo en el bolsillo interno del abrigo el certificado que comprueba que el trozo de mandíbula encontrado en una fosa clandestina con los restos removidos y probablemente lanzado al mar, son los de papá. Solo sabemos que es él. Nunca sabremos qué detalles ocurrieron entre la noche que lo secuestraron y el día que lo ejecutaron.

Abro la puerta despacio. Mamá está parada en la puerta de la cocina. Se limpia las manos en su delantal y sus ojos azules como agua, me miran con una pasividad conmovedora. Yo le hago un gesto de afirmación con la cabeza. Nos mantenemos en silencio. Se acerca a la mesa y retira los cubiertos de un tercer puesto que nunca dejó de poner. Tenedor, cuchillo, cuchara, cucharilla de postre, plato y servilleta de género, envuelta en un anillo de madera y los guarda en la alacena de la esquina, donde guarda vajilla y manteles.

–Tengo crema de garbanzos –me dice, sin mirarme–, ¿vas a querer o solo te sirvo Zapallitos rellenos?